Blogia
Escalambrujos.

Adiós muchachos, compañeros de mi vida.

Una deuda pagada: 

Tengo dos amigos a los que les preocupo bastante. Me preguntan cómo estoy, qué es lo que me ocurre. No les parece normal tanta melancolía en mi blog, que al fin y al cabo no es más que el eufemismo de cursilería.  A ellos dos les debo muchas cosas: varías noches de risas; un viaje hasta Madrid cantando como locos; los cinco días más divertidos de mi vida en aquel viaje a Roma, donde era incapaz de ver la carretera de tanto que me estaba riendo; jugar al despiste tras beber mucho champán; las cervezas de aquel martes que terminaron un miércoles a las once de la mañana; la Santa Compaña en el  bosque de Altafulla; las gradas de Soaso; un viaje a ninguna parte que nunca hicimos; e incluso un corazoncito roto después de una despedida de soltero.

Mi amiga tiene una honestidad que sólo conozco en mi abuela de ochenta y cuatro años,  y quizás por eso la admiro tanto. Supongo que  a las dos la vida les enseñó a ser prácticas en sus preferencias. A veces mantiene unos silencios largos, que te hacen darte cuenta de que cuando te atraviesa con su pragmatismo es porque las cosas las ha dicho con la cabeza, no con el corazón; y eso es un valor.

Un día le dije que opinaba de ella lo mismo que Audrey Hepburn de Cary Grant en Charada. La única diferencia es que la Hepburn se lo dijo susurrándoselo al oído; y yo se lo escribí en un poss-it que tardó meses en encontrar. Podría ser otras muchas mujeres: la Cass de Bukowski a la que todos amaban; Haydee Tamara junto al Che en Bolivia; Storni paseando descalza por la playa; Jean Seberg en "Al final de la escapada"; incluso una noche, en una traición Freudiana de mis sueños, fue Jessica Lange en "El cartero siempre llama dos veces", aunque como ella siempre me dice "Tú me respetas hasta en sueños." Podría ser todas esas mujeres, por separado o un conjunto de todas; pero siempre es ella misma y por eso la quiero tanto.

Mi amigo viene de un tiempo de espadas de madera; de comics del Capitán Trueno, Jabato y Taurus; de bolsas de Comansi llenas de vaqueros e Indios; de alacranes hirviéndose vivos dentro de un bote de cristal sobre una hoguera. Imagino que en aquel tiempo, con aquella edad y esa ingenuidad de la niñez, llevábamos el valor de la palabra dada por bandera. Y eso, veinte años después, es lo que caracteriza a mi amigo. Porque si hay algo que lo defina como tal son las palabras fidelidad y lealtad llevadas al extremo.

Si nos hubiera tocado vivir otras épocas me imagino compartiendo trinchera con él en Rocroi con los Tercios Viejos; o en Verdum, gaseado por los Alemanes, en la primera Guerra Mundial. Vive en una época complicada para alguien que, como él, escucha a Neil Young y a Gabinete Caligari; y  reconoce en el pasado de éste país la idiosincrasia de los que ahora vivimos en él. Tiene una cabeza privilegiada, no sólo por su tamaño de baturro noble, sino por lo vasta que es en conocimientos y aptitudes, pero nunca lo he visto hacer alarde de ello; ni intentar impresionar a nadie; ni hablar más de lo debido y siempre lo he respetado por eso. Ahora, tras su lucha contra la Wehrmacht está algo malherido, con rasguños en el corazón. Espero que pronto encuentre una nueva Sigrid que lo acompañe en sus aventuras y si no, todavía nos quedan carreteras por tomar, rutas 66, Memphis, Jonny Cash, Jailhouse Rock y todavía "seguimos hambrientos". 

Últimamente la vida nos ha vapuleado a los tres por caminos distintos. Llevamos un tiempo intentando que éstos converjan con alguna cena esporádica o alguna excursión por el campo. Hoy les he prometido escribir sobre ellos y no ser cursi. En lo primero he saldado mi deuda, pero en lo segundo se ha debido convertir en mi estilo. En serio que no me ocurre nada, quizás solo necesite hacer ese viaje a ninguna parte del que siempre hablamos y cantar juntos aquello de: 

Adiós muchachos, compañeros de mi vida, barra querida de aquellos tiempos......

Un beso a los dos.

 

 

 

0 comentarios