Ciudad sitiada y Miguel Hernández
Los militares celebran la ayuda que prestaron a la ciudad contra los franceses en los sitios, sitiándonos de nuevo. Porque acabo de volver del centro y eso es lo que parece gracias al desfile que, con mucho honor y mucha fanfarria, van a hacernos el domingo para gozo y alborozo de los sufridos habitantes de la inmortal. Tengo que ir a coger el tren para ir al pueblo y a estas horas comienzo a temer que las entradas y salidas de la ciudad esten prohibidas y que el bastón de alcalde lo haya tomado una junta militar.
Me he acordado, volviendo, de Miguel Hernández, que es mi poeta preferido, por su bondad y su pureza; y cuya voz comprometida y hermosa acallaron los firmes y solemnes pasos militares en una prisión Alicantina en el año 1942.
El tren de los Heridos
Silencio que naufraga en el silencio
de las bocas cerradas de la noche.
No cesa de callar ni atravesado.
Habla el lenguaje ahogado de los muertos.
Silencio.
Abre caminos de algodón profundo,
amordaza las ruedas, los relojes,
detén la voz del mar, de la paloma:
emociona la noche de los sueños.
Silencio.
El tren lluvioso de la sangre suelta,
el frágil tren de los que se desangran,
el silencioso, el doloroso, el pálido,
el tren callado de los sufrimientos.
Silencio.
Tren de la palidez mortal que asciende:
la palidez reviste las cabezas,
el ¡ay! la voz, el corazón la tierra,
el corazón de los que malhirieron.
Silencio.
Van derramando piernas, brazos, ojos,
van arrojando por el tren pedazos.
Pasan dejando rastros de amargura,
otra vía láctea de estelares miembros.
Silencio.
Ronco tren desmayado, envejecido:
agoniza el carbón, suspira el humo
y, maternal, la máquina suspira,
avanza como un largo desaliento.
Silencio.
Detenerse quisiera bajo un túnel
la larga madre, sollozar tendida.
No hay estaciones donde detenerse,
si no es el hospital, si no es el pecho.
Silencio.
Para vivir, con un pedazo basta:
en un rincón de carne cabe un hombre.
Un dedo solo, un solo trozo de ala
alza el vuelo total de todo un cuerpo.
Silencio.
Detened ese tren agonizante
que nunca acaba de cruzar la noche.
Y se queda descalzo hasta el caballo,
y enarena los cascos y el aliento.
EL HOMBRE ACECHA
(1937-1939)
3 comentarios
Escalambrujos -
Un saludo y gracias.
mayusta -
Miguel Ángel Y. -