Audi 100, Manuel Vilas
Llevo varios días sin escribir en el blog. Lo cierto es que ha sido una semana de mucho trabajo y he llegado cansado todos los días. Luego he estado con el libro de Mellado leyendo y probando sin parar y por cierto no me sale nada. Total venia a dormir tres horas diarias. Hoy me he dado una vuelta por la feria del libro y luego he estado tomando algo en bodegas Almau, donde por cierto asistí al final del que debió ser un esplendido concierto de los ex Mas Birras que algún día comentaré. Cerca de las bodegas he encontrado éste coche. Lo he fotografiado porque llevaba unos días dándole vueltas a un poema de Manuel Vilas que leí el otro día en el blog de Antón Castro y no sabía cómo introducirlo aquí. Me impacto lo evocador que es así que lo dejo en el blog.
AUDI 100
Manuel Vilas se compró un Audi de tercera mano, un Audi 100,
y lo ponía a doscientos por la autopista de Barcelona,
y luego tenía que pagar el peaje y eso que no iba a ningún sitio.
Se quedaba mirando el Audi en las tardes de domingo,
en mitad de un descampado, en mitad del desierto.
El gran desierto que cerca la ciudad de Zaragoza,
estéril y ácido como una bocanada de uranio enriquecido.
Miraba las ruedas y las golpeaba con sus botas en punta,
y pensaba que estaban durísimas, llenas de aire embrutecido,
y es que acababa de estar en una gasolinera que se llamaba "El Cid",
y las había hinchado, ese silbido poderoso de las válvulas,
y miraba el dibujo de las ruedas, laberíntico y abstracto como las rayas
de la mano, y se miró la mano, rugosa piel enaltecida
en mitad de la nada, y se había cambiado
el viejo radiocasete del Audi por un compacdisc Pioneer,
con seis altavoces, 800 euros en el Carrefour ,
y puso a Lou Reed en el compac, y bien, muy bien,
Street Hassle puso, y bien, bien, muy bien, dijo de nuevo,
esto era todo, el Audi 100, la vida ennegrecida, las cercanías de un pueblo
llamado Bujaraloz, la autopista de Barcelona, los infinitos camiones,
un toro de Osborne cerca de Pina, el domingo, agrio y crucificado,
y Lou Reed sonando en ninguna parte, en el desierto celestial,
los 800 euros convertidos en el grito más hermoso de la tierra,
y ningún ángel del cielo descendiendo, y Manuel Vilas
--siervo de la nada, fumando, estéril, razonando, gimiendo--,
silbaba bajo el sol inclemente, difuso, el sol borracho,
y les daba patadas a las ruedas y las ruedas
le devolvían el impulso, y eso era gracioso,
y pensó en la guantera, y abrió la guantera y miró la documentación,
y leyó su nombre, y abrió el maletero, y le pareció que allí había
un montón de sitio para guardar cosas, y eso de repente le hizo completamente feliz.
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